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Historia

Crónica del petróleo en México: De 1863 a nuestros días

EL PETRÓLEO MEXICANO Y EL CAPITAL PRIVADO 1863-1938

Los precursores

Los antecedentes más lejanos del petróleo en México se encuentran en los usos prácticos que tanto las culturas mesoamericanas como los colonizadores españoles dieron a los depósitos superficiales de “chapopotli”. El petróleo acumulado naturalmente por las filtraciones subterráneas fue utilizado, entre otras cosas, en la elaboración de figurillas de arcilla, ungüentos medicinales, dentífricos, adhesivos y en el calafateo de barcos.[1] Sin embargo, fue hasta mediados del siglo XIX cuando el petróleo se convirtió en una sustancia con alcances comerciales debido al desarrollo de sus propiedades como iluminante, lubricante y combustible. Esta nueva era del petróleo comenzó en Estados Unidos, donde la comercialización del crudo y sus derivados creció rápida y notablemente a partir de la explotación de los depósitos superficiales, pero sobre todo de la producción obtenida a través de la perforación sistemática de pozos. De este modo, hacia 1850, Samuel Kier, un antiguo explotador de minas de sal, dejó de vender crudo embotellado, ofrecido como medicina, y comenzó a producir modestas cantidades de aceite refinado para lámparas. Otro norteamericano, Lewis Peterson, por la misma época vendía crudo (dos barriles por semana) a los propietarios de fábricas de tejidos, quienes lo utilizaron exitosamente como lubricante mezclándolo con aceite de ballena. El petróleo procesado en aceites de alumbrado y que provenía de las charcas y rías tuvo, no obstante, un alcance limitado en los nichos comerciales dominados todavía por los aceites de origen animal. Esta situación cambió radicalmente en 1859 cuando el coronel Edwin L. Drake perforó el primer pozo dedicado exclusivamente a la extracción de crudo en Titusville, Pensilvania, adoptando la experiencia y tecnología de los perforadores de pozos artesianos. El pozo de Drake resultó un descubrimiento revolucionario, pues demostró que el petróleo podía explotarse en cantidades comerciales al perforar profundo bajo el suelo. A partir de entonces la producción de petróleo se incrementó constantemente. Tan sólo en Titusville se produjeron 2 000 barriles durante el primer año de operaciones y para 1874 la producción total de Estados Unidos sobrepasaba los 10 millones de barriles. Muy pronto el mercado de aceites iluminantes y lubricantes, que hasta 1900 fueron los principales productos derivados, quedó saturado. Las actividades de Drake marcaron el inicio de una nueva industria destinada a transformar la economía mundial, pues la extracción de petróleo, las actividades encadenadas a ésta y los efectos causados en los sistemas de transporte cambiaron por completo las necesidades energéticas tanto humanas como industriales. Asimismo, el surgimiento de la industria petrolera llevó a la conformación de las primeras grandes compañías como la Standard Oil Company, organizada en 1870 por John D. Rockefeller, que hacia finales del siglo XIX controlaba el 90% del refinado, transporte y exportación de petróleo en Estados Unidos.

En México, la historia comercial del petróleo se remonta a 1863 cuando un cura de nombre Manuel Gil y Sáenz descubrió un yacimiento superficial, que llamó “Mina de Petróleo de San Fernando”, cerca de Tepetitlán, Tabasco. Gil pensaba comercializar crudo n Estados Unidos y envió diez barriles a Nueva York, donde se comprobó su buena calidad; sin embargo, el auge productivo norteamericano había hecho descender los precios a tal punto que le fue imposible competir dentro de ese mercado.[2] En 1864 Maximiliano intentó promover las actividades petroleras otorgando la primera de una serie de concesiones para la explotación de depósitos naturales. Las concesiones se otorgaron previo denuncio por parte de los solicitantes, tal como lo establecían las ordenanzas de minería de la época colonial, y abarcaron diversas zonas localizadas en Tabasco, norte de Veracruz, sur de Tamaulipas, Estado de México, Istmo de Tehuantepec y Puebla. Ninguna de ellas prosperó.

Realmente la primera compañía que extrajo petróleo de pozos perforados y produjo destilados –aunque rudimentariamente y en escala pequeña– fue la Compañía Explotadora de Petróleo del Golfo de México, organizada en 1868 por Adolfo Autrey, un médico norteamericano de origen irlandés. Autrey importó maquinaria (una barrena y un par de alambiques) y la llevó hasta la región conocida como El Cuguas, cerca de la población de Papantla, Veracruz. Allí, junto a las chapopoteras, taladró hasta una profundidad de 125 pies sin ningún resultado, pero en otro pozo de 50 pies consiguió un flujo de unos cuatro o cinco barriles diarios, de los cuales pudo refinar unas 200 latas de queroseno. La compañía fracasó y las operaciones fueron abandonadas. Años después Autrey retomó los trabajos más interesado en fabricar y vender destilados que en producir crudo. Hacia principios de la década de 1880 rehabilitó uno de los viejos alambiques e instaló una pequeña refinería en Papantla que surtía con el crudo de los criaderos de El Cuguas. Las crónicas mencionan que logró producir unos 4 000 galones de queroseno que vendió en los mercados locales. Su mayor e insalvable problema fue el transporte, pues tanto el crudo como el queroseno eran transportados a lomo de mula. Finalmente, Autrey dejó el negocio del petróleo para dedicarse a su profesión y establecer una farmacia en Tampico.

Simón Sarlat Nova, médico y gobernador de Tabasco, denunció la “mina” de petróleo de Manuel Gil y reinició su explotación. El petróleo encontrado por Sarlat era de buena calidad, compuesto por un 50% de aceite iluminante. En 1883 formó una compañía cuyo capital de un millón de pesos se reunió con los comerciantes de San Juan Bautista, su pueblo natal, y adquirió equipo norteamericano para las perforaciones. Sarlat terminó por dejar el negocio ante la escasa producción de los pozos y la falta de transportes y mercados.

Las historias de individuos o pequeñas corporaciones que pretendieron hacer del petróleo un negocio redituable continuaron a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX. En 1876, un capitán naval de Boston consiguió recursos financieros en su país y comenzó a perforar en terrenos de Cerro Viejo y Chapopote, en el norte de Veracruz. Los pozos, de unos 500 pies de profundidad, arrojaron pequeñas cantidades de petróleo que destiló en una refinería instalada en una isla del río Tuxpan. La escasa producción logró venderse como aceite iluminante a los pobladores de la zona. Sin embargo, lo elevado de los costos impidió obtener ganancias y sus socios dejaron de suministrarle fondos. Deprimido y cansado, el capitán se suicidó.

Pero los problemas financieros no fueron los únicos obstáculos para estos primeros empresarios. En 1884 Cecil Rhodes, un británico acaudalado que había amasado su fortuna con los diamantes sudafricanos, organizó la compañía London Oil Trust para adquirir varias empresas ya establecidas en la región de Papantla y formó con ellas la Mexican Oil Coporation. Rhodes no poseía ninguna experiencia para enfrentar las complicaciones técnicas propias del desarrollo de campos petroleros y aunque invirtió fuertes sumas, el negocio fue un rotundo fracaso.

Ciertamente, hasta antes de 1900, la producción de petróleo crudo en México fue insignificante y se caracterizó, entre otras cosas, por la estrechez de recursos financieros por parte de quienes se involucraron en este negocio, mexicanos o extranjeros. La adquisición e instalación del equipo necesario, sin contar los costos que representaban las exploraciones geológicas, fueron sin duda los mayores gastos que no pudieron enfrentar con tan solo la magnitud de sus fortunas personales. Además, sin el apoyo formal de mecanismos de financiamiento, sus pequeñas empresas nunca pudieron prosperar. Por lo mismo, la tecnología empleada para perforar a grandes profundidades, donde se hallan los depósitos más ricos, y refinar a gran escala nunca llegó a sus manos. Su experiencia en los campos petroleros se reducía únicamente al reconocimiento superficial de los criaderos de tal forma que actuaron más por intuición que por estrategias cuidadosamente planeadas. Estos precursores eran ante todo comerciantes, abogados, médicos, aventureros, sacerdotes o políticos, pero no petroleros experimentados. A todo esto habría que sumar las complicaciones causadas por el aislamiento geográfico de las zonas de explotación, la mayoría insertas en la selva más agreste y sin caminos para llegar a ellas; la ausencia de trabajadores capacitados y de mercados amplios y seguros para su producción. Si bien la explotación de crudo en estos años puede considerarse una experiencia fracasada, su contribución consistió en la localización de lo que a la postre serían las zonas más importantes de yacimientos, base de los auges petroleros del siglo XX: la denominada “Faja de Oro”, en el norte veracruzano, y los campos de Reforma en Tabasco.

El éxito comercial, no obstante, llegó con anterioridad para las actividades dirigidas a la refinación y a la distribución de productos derivados. La primera organización que tuvo resultados económicos positivos en México fue la compañía norteamericana Waters-Pierce Oil Company. Formada en 1873 por Henry Clay Pierce y William H. Waters para comercializar refinados en el suroeste de Estados Unidos, esta firma, subsidiaria de la poderosa Standard Oil, comenzó por exportar sus productos enlatados hacia los mercados mexicanos, pero a partir de 1887 instaló refinerías en la ciudades de México, Tampico, Veracruz y Monterrey. Con buques tanque de su propiedad, Pierce traía el crudo desde Pensilvania para abastecer a sus refinerías en México, las cuales sumaban una capacidad de 900 barriles diarios y en las que se producía queroseno, gasolina, parafina, aceites y grasas lubricantes.

Por un tiempo la Waters-Pierce operó bajo condiciones ventajosas en el mercado mexicano, pues gozaba de tarifas más bajas por importar crudo que las pagadas por los productos refinados importados, con lo cual pudo ofrecer sus productos al público a un menor precio. Hacia principios del siglo XX su fuerza de ventas consistía en 20 estaciones distribuidoras y otras tantas agencias comerciales esparcidas por toda la república apoyadas por un sistema de transporte de 350 carros tanque. Asimismo, surtía con lubricantes al Ferrocarril Central Mexicano y al Ferrocarril Nacional, las empresas de transporte más importantes de esa época. Aunque nunca se interesó verdaderamente por explotar crudo en México, la Waters-Pierce hizo de la comercialización de refinados un negocio muy rentable. Para 1903 sus ganancias netas llegaron a 1.4 millones de dólares. Los problemas para la Waters-Pierce surgieron, sin embargo, cuando aparecieron en escena, a partir de 1901, las primeras compañías que produjeron petróleo a gran escala y que en poco tiempo rompieron su monopolio. Si bien la Waters-Pierce no pudo resistir los embates de la nueva competencia, sus actividades fueron fundamentales para ampliar el mercado de hidrocarburos, objetivo de la industria petrolera moderna en un primer momento.[3]

Las grandes empresas individuales

Con la llegada del general Porfirio Díaz al poder en 1876, México entró en una etapa de estabilidad política luego de vivir una serie de conflictos internos e internacionales que se habían iniciado a partir de la Independencia. La administración de Díaz (1876-1880, 1884- 1911) implantó, además, una serie de medidas exitosas encaminadas a sacar al país de un largo periodo de estancamiento económico, entre las cuales figuraba el fomento a la modernización industrial a través de la apertura a la inversión extranjera. Para atraer capitales del exterior, Díaz, continuando el programa liberal iniciado desde tiempos de Juárez, amplió los derechos privados de propiedad reformando el marco jurídico. A partir de mediados de la década de 1880 llegaron a México flujos extraordinarios de recursos financieros que venían principalmente de Estados Unidos y Europa. Las áreas donde estos capitales se invirtieron fueron los ferrocarriles, la minería, las manufacturas industriales, los servicios públicos y el petróleo, entre otras.[4]

El gobierno también promovió el florecimiento de nuevas industrias, mexicanas o extranjeras, por medio de una política de exenciones fiscales y legislando para abaratar los costos de los combustibles. En este sentido, en 1884 se dio el primer paso para impulsar la producción local de petróleo y carbón a través de una nueva ley minera que revocó el derecho exclusivo de la nación sobre los recursos del subsuelo y lo traspasó al dueño de la superficie. De la misma manera, en 1901 se decretó la primera ley petrolera que autorizaba al ejecutivo a otorgar directamente concesiones de explotación a particulares en terrenos de propiedad federal.[5]

No fue extraño, por lo tanto, que bajo estas nuevas condiciones empresarios extranjeros con capacidad financiera, tecnología avanzada y administración experimentada se sintieran atraídos por la potencialidad de las reservas petroleras y organizaran las primeras grandes empresas integradas verticalmente. Estas empresas individuales e independientes centralizaron la producción, transporte, refinación y venta de petróleo por medio de una estructura corporativa de unidades especializadas (divisiones, departamentos y compañías subsidiarias)[6]. Los pioneros de la historia industrial del petróleo en México dentro del esquema de la integración vertical fueron el petrolero norteamericano Edward L. Doheny y el constructor británico Weetman D. Pearson, quienes con sus compañías respectivas, Mexican Petroleum Company y Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, dominaron la industria petrolera durante el primer cuarto del siglo XX.

En mayo de 1900 Doheny viajó a México atendiendo una invitación de Albert A. Robinson, presidente del Ferrocarril Central Mexicano, y exploró ciertos terrenos con emanaciones de petróleo localizados muy cerca de las vías que unían a San Luis Potosí con Tampico. Robinson estaba interesado en sustituir el carbón importado que usaban las locomotoras por petróleo producido localmente y ofreció a Doheny un trato de compra si le garantizaba producirlo en cantidades suficientes. Doheny, quien desde la década de 1890 se había dedicado a desarrollar campos petroleros en California, se convenció de las potencialidades de la zona y regresó a Estados Unidos a reunir el capital necesario para la aventura.[7]

De regreso en México, Doheny y Charles A. Canfield, uno de sus socios más cercanos, compraron 162 000 hectáreas de terrenos que pertenecían a las haciendas del Tulillo y Chapacao, localizadas a 25 kilómetros de Tampico. Cuando el año llegaba a su fin, Doheny y Canfield incorporaron la Mexican Petroleum Company of California para desarrollar estas propiedades. Entre los directores de la nueva compañía se encontraban varios funcionarios del Ferrocarril de Santa Fe y empresarios de Los Ángeles. En 1906 la Mexican Petrolum ya tenía asegurados los derechos de propiedad de varios terrenos del norte de Veracruz y para 1911 controlaba un total de 212,467 hectáreas.[8]

Pero Doheny no fue el único empresario interesado en el petróleo mexicano. Cuando llegó a México por primera vez, en 1889, Weetman D. Pearson era un exitoso contratista de nivel internacional. Su firma de ingeniería, S. Pearson & Son, tenía en su historial numerosas obras portuarias, hidráulicas y ferrocarrileras que construyó para gobiernos y particulares en distintas partes del mundo. Díaz lo contrató para llevar a cabo trabajos de gran importancia como el Gran Canal del Desagüe de la ciudad de México (1889-1898), la construcción de los puertos de Veracruz (1895-1902), Coatzacoalcos (1896-1909) y Salina Cruz (1899-1907) y el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec (1896-1906). Como empresario inquieto y ambicioso, Pearson diversificó sus actividades y creó una extensa red de intereses en México que abarcó compañías mineras, agrícolas, generadoras de energía eléctrica y de transporte. Pero fue el petróleo, con creces, el más importante y rentable de todos sus negocios en México.[9]

En 1901, cuando se realizaban las obras del Ferrocarril de Tehuantepec, Manuel Fernández Guerra, uno de los ingenieros a cargo, dio la noticia de la existencia de varios depósitos de alquitrán en las cercanías de San Cristóbal, una población al sur del estado de Veracruz. De acuerdo con uno de sus biógrafos, John B. Body, ingeniero en jefe y colaborador cercano de Pearson, comunicó a su jefe el hallazgo. Pearson, que se encontraba de viaje en Estados Unidos y había visto los campos petroleros en Texas, le ordenó que adquiriera rápidamente grandes extensiones de tierra en la región del Istmo de Tehuantepec. Para 1906 la S. Pearson & Son era dueña en la región de 600,000 acres (242 820 hectáreas) y arrendaba entre 200 000 y 300 000 acres.[10]

La etapa de la producción petrolera a gran escala se inició en México a principios de 1901, cuando la Mexican Petroleum comenzó sus operaciones en El Ébano, San Luis Potosí. Todo el equipo necesario fue importado de Estados Unidos y desembarcado en Tampico. Para trasladarlo a los campos, la compañía construyó un ferrocarril conectado a la vía troncal del Ferrocarril Central Mexicano. En poco tiempo se levantó un campamento moderno acondicionado con oficinas, talleres, almacenes y plantas eléctricas. Los primeros pozos arrojaron una producción escasa, con grandes proporciones de asfalto y, por lo tanto, difícil de refinar. Doheny y Canfield no se desanimaron y continuaron las perforaciones, aunque para 1903 habían gastado 3 millones de dólares sin lograr todavía una producción redituable.

La falta de resultados positivos a corto plazo obligó a Doheny a buscar mercados para su crudo espeso. A mediados de 1902 organizó una compañía de pavimentado asfáltico, la Mexican Asphalt Paving & Construction Company, que le permitió mantenerse dentro del negocio petrolero mientras lograba una producción redituable. Ésta por fin se consiguió en abril de 1904, cuando las cuadrillas de la Mexican Petroleum dieron con un yacimiento a más de 500 metros de profundidad. Del pozo que perforaron, llamado Pez Número 1, salieron 1 500 barriles diarios, producción abundante, pero no suficiente. La búsqueda de petróleo continuó en el valle de Casiano, al norte de Veracruz. Doheny venía explorando esta región de tiempo atrás y estaba seguro de localizar grandes depósitos, razón por la cual mandó construir allí, hacia 1906, 16 tanques de almacenamiento de 55 000 barriles cada uno y un oleoducto de 112 kilómetros equipado con diez estaciones de bombeo y la estación terminal de Mata Redonda, situada a las orillas del río Pánuco, entre la Barra y la ciudad de Tampico. Toda la infraestructura estaba calculada para manejar una producción mínima de 3 000 barriles por día. Doheny y sus socios confiaban verdaderamente en localizar grandes depósitos en Casiano, apuesta que se reflejó en un incremento notable de los activos fijos de la Mexican Petroleum, pues en el transcurso de 1907 su capital se había incrementado notablemente de 6.3 a 15.2 millones de dólares. En ese año Doheny comenzó la integración de sus negocios en México: organizó una nueva compañía tipo holding, la Mexican Petroleum Company Limited of Delaware, para controlar a la Mexican Petroleum Company of California junto con una nueva compañía productora, la Huasteca Petroleum Company, que se encargaría de explotar las propiedades en Veracruz.

En 1910 la Huasteca Petroleum Company perforó el pozo Casiano Número 7, que brotó con una fuerza impresionante de 60 000 barriles diarios. Inmediatamente la Mexican Petroleum se preparó para la producción a gran escala expandiendo sus capacidades de almacenamiento y transporte. A mediados de 1911 instaló un segundo oleoducto entre el campamento de Casiano y la terminal de Mata Redonda, que para entonces tenía 35 tanques de 55,000 barriles y una represa de concreto para otros 750 000; un muelle que podía dar servicio a tres buques cisterna y varios talleres y almacenes. Río abajo de la terminal de Mata Redonda, a unos dos kilómetros, se levantó además Tankville, área de almacenamiento que albergó otros 30 tanques de 55 000 barriles. Para financiar los gastos de las nuevas instalaciones, Doheny y los otros directores emitieron títulos de la Huasteca Petroleum y consiguieron préstamos hipotecando las propiedades de la Mexico Petroleum Company, las cuales representaban un valor total de 73.6 millones de dólares.

El repentino incremento de la producción, sin embargo, puso en aprietos de un momento a otro a la Mexican Petroleum, pues no contaba con un mercado tan vasto para colocarla. Sus principales clientes en México eran únicamente su compañía de asfaltado, los Ferrocarriles Nacionales y la Waters-Pierce. Doheny encontró la salida en el extenso mercado norteamericano, donde aseguró contratos de venta con distintas compañías como la Standard Oil de Nueva Jersey (6,000 barriles diarios), la Gulf Oil Company (2,000 barriles diarios) y el Santa Fe Railroad (2,500 barriles diarios). En mayo de 1911 partió de México el primer embarque de 30 262 barriles que la Huasteca vendió a la Magnolia Petroleum Company de Texas.[11]

Por su parte, Pearson se ocupó en desarrollar las propiedades del Istmo contratando un equipo experimentado de perforadores y administradores que habían trabajado anteriormente para distintas compañías norteamericanas. De este modo suplió su falta de experiencia en el negocio petrolero. Los trabajadores comenzaron a perforar en San Cristóbal y Chapacao, donde en 1904 encontraron petróleo suficiente como para que Pearson se animara a construir una refinería en Minatitlán, un oleoducto que la conectaba con los campos de San Cristóbal y varios tanques de almacenamiento. Entre 1906 y 1908 Pearson obtuvo concesiones federales y estatales muy ventajosas que le permitieron explorar y explotar petróleo en los estados de Veracruz, Tamaulipas, San Luis Potosí, Tabasco, Chiapas y Oaxaca, sin embargo, durante estos años, fuera de San Cristóbal ningún pozo produjo petróleo en cantidades comerciales. En realidad los pozos de San Cristóbal no eran muy productivos, de ellos se extraía solamente 3 000 barriles diarios como máximo y se esperaba su agotamiento en un par de años. Para enfrentar este problema, El Águila tuvo que complementar sus reservas importando crudo texano y el que compraba a una pequeña compañía local, The Mexican Oil Fields, que a la postre llegaría a controlar.

No obstante su producción reducida, Pearson planeó comercializar refinados en el extranjero. Hacia 1908 contaba con 37 millones de litros de crudo almacenado y una planta refinadora en Minatitlán que comenzó a operar con una capacidad de 300 000 mil litros diarios. Esperando encontrar depósitos más grandes en el Istmo, abrió una división petrolera en las oficinas centrales de la S. Pearson & Son de Londres y contrató una firma comercializadora, Bowring and Company, para la distribución de sus productos en el mercado inglés. En agosto salieron los primeros cargamentos hacia la Gran Bretaña. El poco éxito de la S. Pearson & Son en la exportación obligó a Pearson a expandirse dentro del mercado interno de productos refinados.[12]

Hasta entonces, Pearson había invertido considerables sumas en desarrollar la infraestructura necesaria para sus negocios. Sin duda, el factor clave que obstaculizaba sus planes era la ausencia de una producción suficiente. Las grandes reservas marcaban la diferencia entre el camino de la expansión independiente y el del desarrollo corporativo con base en la refinación y la distribución, como era el caso de la Waters-Pierce. Convencido de las potencialidades de los campos mexicanos, continuó la búsqueda de yacimientos más ricos trasladando sus operaciones al norte de Veracruz. En mayo de 1908, el pozo de Dos Bocas, en San Diego de la Mar, brotó intempestivamente con una fuerza sin precedente de 100 000 barriles diarios. Aunque un incendio acabó con toda su producción y lo dejó completamente seco, el pozo de Dos Bocas convenció a Pearson de intensificar y expandir sus operaciones. En agosto organizó una compañía distribuidora independiente de la S. Pearson & Son, la Compañía de Petróleo El Águila, con la cual entró firme y decididamente al negocio de la distribución al menudeo de productos refinados en el mercado mexicano. Para cuando terminaba el año, El Águila contaba con 77 agencias de venta y comenzó a construir varios tanques de almacenamiento en las ciudades de México, Puebla, Orizaba y Veracruz y proyectaba poner otros en Celaya, Pachuca y San Luis Potosí. En sus primeros meses de operaciones, El Águila reportó ventas totales por más de 263 000 pesos y de acuerdo con los informes del consejo de administración, el negocio marchaba satisfactoriamente.

El creciente éxito de El Águila como comercializadora le llevó a un enfrentamiento directo con la Waters-Pierce, entonces la mayor distribuidora en el país. La contienda comercial entre las dos compañías consistió en una dramática guerra de precios, que por momentos tuvo tintes de competencia ruinosa, complementada con numerosos ataques publicitarios. En pocos años El Águila terminó por vencer a su competidora, pues contaba con producción propia, pero además, el gobierno de Díaz la apoyó incrementando los impuestos de importación a la Waters-Pierce.

En 1909 Pearson hizo los primeros cambios corporativos para fortalecer a su compañía petrolera. Por principio de cuentas traspasó todas las propiedades que la S. Pearson & Son poseía en el norte de Veracruz y conservó la refinería de Minatitlán. De esta manera, El Águila sumaría a sus actividades comerciales las de producir su propio crudo y la firma de ingeniería continuaría controlando las de refinación y exportación de productos derivados. Las propiedades traspasadas a El Águila sumaban 23.1 millones de pesos, con lo cual ésta aumentó su capital a 30 millones de pesos. Asimismo, reorganizó los cuadros directivos de El Águila incluyendo en su consejo de administración a miembros influyentes de la élite política porfirista. Personajes como Guillermo de Landa y Escandón, gobernador del Distrito Federal o Enrique C. Creel, gobernador de Chihuahua, utilizaron sus buenas relaciones en los círculos comerciales e industriales para conseguir contratos de venta con varias compañías textiles, eléctricas, ferrocarrileras, metalúrgicas, entre otras. Los buenos resultados de esta estrategia fueron notables. Cuando el año llegaba a su fin, El Águila realizó más de 54 000 barriles de productos refinados, 11 700 de gasolina, 3 200 de aceites lubricantes y 530 toneladas de asfalto; tenía 153 agencias de venta distribuidas por todo el país en tres zonas geográficas comerciales (Norte, Central y Sur). Según los informes de los administradores, la compañía dominaba para entonces 50% del mercado nacional.

No obstante su éxito comercial, El Águila seguía dependiendo del poco petróleo que la S. Pearson & Son producía y del que importaba de Estados Unidos, situación que no duró mucho tiempo. El pozo más productivo que la compañía pudo localizar en toda su historia brotó a finales de diciembre de 1910 en el campamento de Potrero del Llano, al noroeste de Tuxpan. Identificado con el número 4, este pozo alcanzó una profundidad de 1 856 pies (557 metros) y fluyó sin control por algún tiempo con una fuerza de 100 000 barriles diarios.

Los descubrimientos de grandes yacimientos en la región norte de Veracruz dieron pie a la expansión de las compañías de Doheny y Pearson. La escala de sus operaciones creció extraordinariamente y pronto pudieron competir en los mercados de Estados Unidos, Europa o América Latina. Del mismo modo, la producción general de la industria petrolera dio un salto considerable pasando de 3.6 millones de barriles anuales en 1910 a 12.5 millones en 1911, y de ahí en adelante se incrementaría año con año, sin parar, hasta 1921, cuando alcanzó el nivel máximo y México ocupó el segundo lugar como productor mundial.

El auge productivo de 1911-1921 fue la base de la integración vertical de las compañías petroleras en los ámbitos nacional e internacional. En esos años, la expansión de la Mexican Petroleum Company se efectuó a través de la creación de nuevas compañías subsidiarias. En 1912 se organizaron dos compañías productoras más controladas por la Huasteca Petroleum (Tuxpan Petroleum Company y Tamiahua Petroleum Company), una compañía de transportes con operaciones en México, Compañía Naviera Transportadora de Petróleo, S.A., y otra que se hizo cargo de los grandes embarques internacionales, Petroleum Transport Company, dueña de una flota de buques tanque. La enorme demanda generada por los nuevos medios de transporte que utilizaban motores de combustión interna y por los nuevos requerimientos industriales y bélicos de la Primera Guerra Mundial constituyeron factores decisivos para que Doheny extendiera también sus operaciones al extranjero. A partir de 1915 inauguró operaciones de refinación y distribución en la costa este de Estados Unidos, la zona del Canal de Panamá, Uruguay y Argentina a través de la Mexican Petroleum Corporation. Otra subsidiaria, la Caloric Compay, amplió la distribución de productos petroleros a Brasil. Con el descubrimiento del pozo Cerro Azul Número 4, que brotó en febrero de 1916 con una fuerza de 260 000 barriles diarios, la producción de la Mexican Petroleum pasó de 8.2 a 12.1 millones de barriles entre 1915 y 1916. Confiando en una producción creciente, Doheny llevó sus operaciones más allá del Atlántico organizando la British Mexican Petroleum Company para distribuir sus productos en el mercado británico. La culminación de la integración corporativa llegó en ese ultimo año, cuando organizó la Pan American Petroleum & Transport Company, una gran compañía tipo holding en la que reunió todos sus intereses en México y sus ramificaciones en el extranjero. Para 1921 las compañías de la Pan American produjeron 31.2 millones de barriles, de los cuales 27.2 millones se llevaron fuera de México. Su flota naviera contaba con 31 buques tanque de distintos tonelajes y alquilaba otros siete para uso exclusivo de la Huasteca Petroleum Company. Disponía además de 1 220 carros tanque, la mayoría con capacidad para 10 000 galones, y 69 camiones para hacer la distribución de todas las subsidiarias. Efectivamente, la Pan American se estaba convirtiendo en una multinacional exitosa: en 1923 su producción rebasó los 34 millones de barriles. El 91% de este volumen se realizó en el exterior. Durante el periodo 1916-1922 sus utilidades netas crecieron de 7.1 a 25.2 millones de dólares.[13]

La integración de las compañías de Pearson, por otro lado, consistió básicamente en el aumento de las capacidades productivas de El Águila. En 1911 la S. Pearson & Son le traspasó los campos petroleros que poseía en el Istmo y el sureste de México junto con la refinería de Minatitlán, con lo cual la convirtió en una compañía totalmente completa. Respaldada principalmente en la producción de los pozos de Potrero, El Águila construyó una nueva refinería en Tampico que comenzó a operar en 1914 con una producción diaria de casi 8 000 barriles. Al igual que Doheny, Pearson surtió los mercados extranjeros. En 1912 organizó la Anglo-Mexican Petroleum Products Company, firma con la que distribuyó crudo y derivados en el Reino Unido, Canadá y Latinoamérica, y al año siguiente adquirió también el control de la Bowring and Company. Para manejar la producción de los campos y del comercio internacional, Pearson ordenó la compra de 19 vapores tanque y organizó en 1912 la Eagle Oil Transport Company. La expansión de El Águila rindió resultados muy positivos. Entre 1912 y 1919 su producción anual se incrementó de 5.2 a 18.7 millones de barriles, de los cuales 62% se destinaron a la exportación. De la misma manera, entre 1914 y 1919, las utilidades netas pasaron de 5 a más de 29 millones de pesos oro que le permitieron pagar dividendos de 40% sobre sus acciones preferentes y comunes.[14]

El agotamiento de los depósitos más ricos en la Faja de Oro marcó el inicio del declive de la industria petrolera en México. El pozo Potrero 4 comenzó arrojar agua salada a finales de 1918 y lo mismo sucedió con Cerro Azul 4 a partir de 1923. La producción no se interrumpió violentamente debido a que tanto El Águila como la Mexican Petroleum siguieron explotando otros pozos, pero sin tanto éxito. No obstante, a partir de 1921, la producción petrolera en México fue en franco descenso. El panorama para las empresas de los petroleros extranjeros se complicó con la caída de los precios internacionales. El barril de petróleo disminuyó su valor prácticamente en 50%, llegándose a cotizar a 1.17 dólares en 1928. Si bien la agitación e inestabilidad política que se vivió en México a partir de 1910 no habían afectado gravemente sus actividades, sí que les produjo numerosas complicaciones fiscales y legales. Los gobiernos revolucionarios, a partir de Francisco I. Madero, intentaron en varias ocasiones elevar los impuestos con el fin de que el Estado tuviera mayor participación en la riqueza generada por la industria y promovieron reformas legislativas para su regulación, entre las que destacaba la nueva Constitución de 1917, específicamente el artículo 27, que devolvió a la nación el dominio sobre los recursos del subsuelo y, aunque sus efectos no fueron retroactivos, marcó el inicio de innumerables conflictos que se extendieron prácticamente hasta poco antes de la expropiación petrolera de 1938. La herencia revolucionaria también se dejó sentir en una acentuada actividad sindical, pues los trabajadores contaron con mayores recursos legales para defender sus derechos laborales, principalmente a través de movimientos huelguísticos. Todos estos elementos dieron forma al contexto en el que Pearson y Doheny traspasaron el control de sus empresas a las dos más grandes corporaciones multinacionales de la época, la Royal Dutch-Shell y la Standard Oil de Nueva Jersey, grupos que ya venían operando de tiempo atrás en México a través de varias subsidiarias, pero que nunca habían alcanzado los niveles productivos de las firmas independientes.[15]

De acuerdo con Brown, Pearson se decidió a vender El Águila porque sabía que su empresa, no obstante su deslumbrante éxito económico, no había logrado una integración equilibrada entre su producción y sus capacidades refinadora, transportadora y comercializadora. Es decir, durante el gran auge petrolero, El Águila producía mucho más petróleo del que podía procesar. Para resolver el problema, Pearson podía incrementar la capacidad de refinado y de comercialización, pero esto implicaba enfrentarse a más complicaciones derivadas de la guerra internacional y los conflictos políticos internos. La solución fue sencilla: otra empresa con mayores capacidades podía hacerse cargo de El Águila. Los planes de expansión de la Royal Dutch-Shell coincidieron con los de Pearson en 1919, cuando aquélla le pagó 10 millones de libras por el control de su compañía mexicana. [16]

Doheny, por su parte, sabía que con una producción menguante no podría sobrevivir mucho tiempo teniendo como principales competidoras a dos multinacionales tan poderosas y pujantes como la Royal Dutch-Shell y la Standard Oil. Decidió entonces adelantarse y vender sus propiedades. En 1925 dividió a la Pan-American en otras dos compañías: la Pan-American Western Petroleum Company, a la que fueron todos sus intereses petroleros en California, y la Pan-American Eastern Petroleum Company, que controló los intereses en México y Venezuela. Doheny vendió esta última a la Standard Oil Company de Indiana por 125 millones de dólares. En 1928 la Richfield Oil Company de California le pagó 25 millones por la Pan-American Western. Con la salida de Doheny del negocio llegaba a su fin la era de las grandes empresas independientes de la industria petrolera en México.[17]

Los grupos multinacionales

La presencia de los grandes grupos multinacionales en la escena petrolera mexicana obedeció básicamente a razones estratégicas. Como señala Brown, las compañías independientes representaban un peligro para la Standard Oil de Nueva Jersey y la Royal Dutch- Shell, pues podrían hacer disminuir sus ventas sustituyendo importaciones o, incluso, arrebatarles los mercados de los países vecinos. Si no querían verse rebasadas por la competencia, estos grupos tenían que expandirse hacia la producción extranjera.[18]

La Standard Oil de Nueva Jersey había entrado al mercado mexicano a través de la Waters-Pierce Oil Company, la compañía comercializadora más importante hasta la llegada de El Águila. En 1911 las leyes antimonopolio norteamericanas disolvieron a la Standard Oil y de un momento a otro se quedó sin producción que respaldara su ventas, conservando solamente sus compañías comercializadoras. Pero también se quedó sin el mercado mexicano porque en el mismo año Henry Clay Pierce se separó del grupo para intentar desarrollar una producción propia. Tocó el turno a la Standard entrar sola a México atraída por el auge petrolero. En 1914 instaló cerca de Tampico una planta para desnatar crudo, el cual compraba a la Huasteca y a El Águila y arrendó propiedades en la Faja de Oro en busca de petróleo. Luego de intentar, sin éxito, comprar a El Águila, adquirió, en 1917, la Compañía Petrolera Transcontinental, una pequeña firma productora que logró expandir invirtiendo sumas considerables de dinero. La producción combinada de sus pozos situados en Pánuco y la Faja de Oro alcanzó la estimable cantidad de 136 000 barriles diarios. De inmediato se dio a la tarea de ampliar sus capacidades de transportación y almacenaje e instaló estaciones terminales. Asimismo, compró una refinería cerca de Tampico e hizo nuevos arrendamientos en el Istmo de Tehuantepec y el norte de México. Hacia 1922 la inversión de la Transcontinental sumaba 32.5 millones de dólares. Pero como sucedió con las demás compañías, el agotamiento de los pozos también afectó severamente a la Transcontinental y la Standard Oil se vio obligada a salir de México transfiriendo, en 1928, sus operaciones a Venezuela, país que comenzaba a despuntar como gran productor de petróleo.

Algunos años después la Standard Oil volvería al país bajo otras circunstancias. El descenso generalizado de la producción mexicana durante la segunda mitad de la década de 1920, provocó que las compañías petroleras comenzaran a importar crudo con el fin de cumplir sus contratos de venta. Los precios reducidos del crudo estadounidense y venezolano abarataron, inclusive, los costos de producción de los productos refinados en México. Las compañías retuvieron su producción en espera de que los precios internacionales volvieran a subir y se avocaron a las actividades de refinación. El mercado mexicano de refinados se volvió importante debido al aumento en la demanda de productos como la gasolina, aceites y grasas, queroseno, lubricantes, parafina, entre otros. En 1922, cuando el auge productivo apenas comenzaba a decrecer, solamente 1% de la producción total se empleaba para el consumo interno, en 1928 esa proporción se incrementó a 21% y para 1932 se elevó a 37.5%. La importancia que el mercado doméstico había alcanzado marcó el regreso a México de la Standad Oil de Nueva Jersey. En este último año compró a la Standard Oil de Indiana las propiedades de la Pan American Eastern, que incluían las antiguas propiedades de Doheny, y entre ellas a la Huasteca Petroleum, que controlaba la cuarta parte del mercado nacional.[19]

El otro grupo internacional que compitió con la Standard Oil de Nueva Jersey por el petróleo mexicano fue la Royal Dutch-Shell. Este grupo había surgido en 1907, cuando la compañía holandesa Royal Dutch se asoció con la británica Shell Transport para abarcar los mercados de Europa y Gran Bretaña, incluyendo los países que conformaban su imperio. Los planes de expansión la llevaron a tierras latinoamericanas. En México, la Royal Dutch-Shell comenzó sus actividades a partir de 1912 por medio de una subsidiaria, la N. V. Petroleum Maatschappij La Corona (Compañía Petrolera La Corona, S. A.), que organizó con base en un capital nominal de 5 millones de florines. La Corona adquirió 20 000 acres de tierra (8 094 hectáreas) en los alrededores del río Panuco. En 1914 descubrió su primer pozo importante, Pánuco 5, que produjo 100 000 barriles al día. Si bien este era un buen comienzo, la compañía tuvo una serie de complicaciones técnicas y comerciales que la limitaron notablemente. En primer lugar su producción nunca fue deslumbrante. Para 1919 apenas producía 853 000 barriles de un crudo tan pesado que dificultaba su tratamiento y no era posible bombearlo por oleoductos normales, por lo cual se vio en la necesidad de emplear y alquilar barcos que, además, navegaban con dificultad por el Pánuco. La Royal Dutch-Shell invirtió otros 20 millones de florines que sirvieron para aumentar las capacidades de transporte de La Corona. En 1916 compró un ferrocarril, el Tampico-Panuco Valley Railway, comenzó la construcción de un oleoducto especial y adquirió varios buques tanque. Finalmente, La Corona no cumplió con las expectativas de la Royal Dutch-Shell y, con la competencia de la Standard Oil operando en México, tenía que moverse rápidamente para obtener mejores resultados productivos. Pudo conseguirlos más adelante, en 1919, cuando compró El Águila a Weetman D. Pearson.[20]

En el momento de la compra, El Águila contaba con 80 pozos en producción y poseía derechos sobre 470 000 hectáreas, entre propiedades y arrendamientos, y tenía tres refinerías repartidas en Tampico, Minatitlán y Tuxpan, con capacidades promedio de 82 500, 15 000 y 10 000 barriles diarios respectivamente. En los primeros dos años de operaciones como compañía integrada a la Royal Dutch- Shell, El Águila incrementó notablemente su producción. Tan sólo durante los primeros seis meses de 1921 había producido 38 millones de barriles, ¡más del doble alcanzado en 1919! Aún y cuando los pozos más productivos habían comenzado a expulsar agua salada unos años atrás, la compañía invirtió 6 millones de libras más para expandir sus refinerías, oleoductos y capacidad de almacenaje. Las filiales Eagle Oil Transport y Anglo Mexican Petroleum también se expandieron. El Águila les prestó siete millones de libras para la adquisición de buques tanque, de esta manera, para 1922, la flota duplicó su capacidad de transporte a casi 400 000 toneladas.[21]

En el periodo 1923-1927 El Águila contrajo sus actividades drásticamente debido a la reducción de los precios internacionales del petróleo y la ausencia de nuevos pozos. Para no perder su posición en el mercado local de productos refinados, la compañía tuvo que importar crudo y concentrarse en las actividades de refinación, lo cual ocasionó que operara con una balanza negativa entre la producción de crudo y las exportaciones. Para enfrentar este problema, la Royal Dutch-Shell intentó reducir los costos de exploración de El Águila y La Corona haciendo que ambas organizaran una compañía filial, la Compañía Unida de Petróleo, que finalmente no tuvo buenos resultados en su búsqueda de nuevos yacimientos. No fue sino hasta 1929, con los descubrimientos de pozos en Filisola y Tonalá, que El Águila pudo alcanzar el nivel productivo que tenía en 1922. Pero las complicaciones de una producción reducida no fueron las únicas. En 1925, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, una nueva ley petrolera puso en riesgo los derechos de propiedad de las compañías petroleras sobre sus propiedades y arriendos adquiridos durante el porfiriato. Ahora el gobierno se adjudicaba la facultad de ratificar dichas concesiones y en tal caso únicamente tendrían una vigencia de cincuenta años. La Royal Dutch-Shell reaccionó con una estrategia que consistió en reducir al mínimo posible los gastos de operación y retirar parcialmente sus activos en México. En 1929 desmanteló La Corona y la traspasó a El Águila.

La tranquilidad que produjo el acuerdo Calles-Morrow en las compañías petroleras, arreglo que garantizó el respeto a sus derechos de propiedad adquiridos, las animó a seguir invirtiendo en la industria. A partir de 1928 comenzaron nuevos programas de modernización en las refinerías de Minatitlán y Tampico para atender la creciente demanda interna de productos derivados, especialmente gasolina. El Águila se concentró en desarrollar sus campos del Istmo y del sur de Tuxpan, donde localizó yacimientos importantes en Poza Rica en 1932. La decisión más sobresaliente de estos años fue la de construir una refinería cerca de la ciudad de México con capacidad inicial de 7 500 barriles diarios. En 1930 y 1931 las autoridades otorgaron los permisos para la instalación del oleoducto que vendría de Palma Sola, Veracruz, y llegaría a Azcapotzalco, luego de recorrer una distancia de 500 kilómetros. La planta fue inaugurada al año siguiente por el Presidente de la República. El panorama para El Águila era, sin duda, halagüeño, sin embargo la crisis económica mundial dio lugar a una reducción dramática de la demanda de productos petroleros y los precios cayeron nuevamente. En 1931 El Águila operó con pérdidas y suspendió definitivamente las inversiones por falta de capital. En 1934 los precios volvieron a subir y la compañía pudo explotar el rico yacimiento de Poza Rica, que la llevó a ser la productora más importante hasta la expropiación cardenista de 1938.[22]

Si bien tanto la Royal Dutch-Shell como la Standard Oil de Nueva Jersey dominaban la industria con sus dos grandes compañías integradas, tenían al mismo tiempo otras pequeñas compañías exploradoras, productoras, refinadoras o transportadoras operando dentro de México. Hacia 1927 la Royal Dutch-Shell controlaba además a la Compañía Mexicana de Petróleo Tampico-Pánuco y la producción diminuta de los particulares Theodore P. Hicks y Rodolfo Sánchez. La Standard Oil de Indiana tenía, antes de traspasar los bienes de la Pan American Eastern a la Standard de Nueva Jersey, a la International Petroleum Company y la Mexican Sinclair Petroleum Corporation. La Standard de Nueva Jersey agrupaba junto con la Transcontinental a la Penn Mex Fuel Company, la Compañía Productora y Refinadora de Petróleo La Atlántica, la Panuco Boston Oil Company, la Compañía Mexicana de Combustible y la Cortez Aguada Petroleum Corporation. Otros grupos, todos norteamericanos, con dos o más subsidiarias de menor importancia en México fueron Gulf Oil Corporation, Island Oil and Transport Corporation, Cities Service, Standard Oil Company de Nueva York y The Texas Company.[23] Cabe mencionar que junto con las corporaciones proliferaron a partir de la época del auge petrolero compañías e individuos cuyo número se llegó a contar por cientos, sin embargo muchas ni siquiera operaron y la gran mayoría representaron proyectos efímeros que resultaban más de la ambición y la especulación que de serios planes empresariales.

El principal problema al que se enfrentaron las corporaciones más importantes fue, sin duda, la caída de su producción. La razón estribaba en el agotamiento de los yacimientos de la Faja de Oro y en su incapacidad, más tecnológica que financiera, para localizar otros nuevos a mayor profundidad. Entre 1922 y 1932 la producción anual de toda la industria cayó estrepitosamente de 182 a 32 millones de barriles. Como consecuencia México perdió su posición entre los primeros productores mundiales. En 1924 aportaba casi 14% de la producción mundial y para 1930 esa proporción se redujo a tan sólo 3%. Este cambio se debió, asimismo, al surgimiento de otras zonas de extracción en el globo, lo cual llevó a una depresión generalizada de los precios del crudo y de productos refinados. La caída de los precios hizo que las grandes compañías trasladaran sus operaciones a países como Venezuela, donde los costos de producción eran más bajos que en México. La crisis productiva y de las condiciones internacionales las llevó de pronto y por momentos a reducir su ritmo de producción al mínimo, lo que significó cerrar algunas de sus plantas y terminales, desmantelar oleoductos y despedir trabajadores. Aun así, la producción mexicana de los grandes grupos se mantuvo básicamente explotando los viejos pozos de la región del Pánuco. Pero no fue sino hasta que El Águila explotó los depósitos de Poza Rica que la caída de la producción pudo revertirse, aunque nunca alcanzó los niveles de 1921. Finalmente, entre 1933 y 1937 la producción se incrementó de 34 a 46 millones de barriles al año. Esta recuperación causó cierto optimismo en cuanto al futuro de la industria petrolera en México, pues las compañías creían en la existencia de importantes depósitos en Tampico y en el Istmo, pero el estado que guardaban los precios internacionales, los nuevos impuestos establecidos por el gobierno mexicano y la incertidumbre sobre sus derechos de propiedad, desanimaron su explotación.[24] En efecto, en México había grandes reservas de petróleo, sin embargo, no tocaría a los grandes grupos internacionales desarrollarlas.


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[1] Véase Celis (1988), Meyer y Morales (1990), Lavín (1979), Brown (1998) y Peña (1928).

[2] Para mayores detalles relacionados con esta primera etapa de la industria petrolera en México, el lector puede consultar, además de las obras anteriormente citadas, los trabajos de Bustamante (1918), Méndez (1958), Ocasio (1998), Mancke (1979) y Archivo Histórico de Pemex (AHP), Fondo Expropiación (FE), 3000:77745, E. DeGolyer, “History of the Petroleum Industry in Mexico”, 1914.

[3] Brown (1998), pp 21-37; AHP, FE, 348:10369, “Profits of The Waters-Pierce Oil Co. in Mexico”, 3 de abril de 1909.

[4] Para un panorama más amplio sobre las inversiones extranjeras en nuestro país entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX, se recomiendan los siguientes trabajos: Marichal (1995), Bulmer-Thomas (1998) y Carmagnani (2004).

[5] Baeatty (2001), pp. 187-206; Collado (1987), pp. 53-69.

[6] Chandler (1987),p. 399, argumenta que, a partir de 1880, la integración vertical ofreció a los fabricantes industriales norteamericanos reducir costos y aumentar la productividad por medio de una administración más efectiva de los procesos de producción y de distribución. En el caso de las empresas petroleras, McLean y Haigh (1954), pp. 55-81, afirman que la integración vertical permitió a varias compañías petroleras independientes desarrollarse y competir exitosamente en un mercado dominado por la Standard Oil. Entre estas empresas se encontraban la American Petroleum Co. y la American Oilfields Co., compañías organizadas en California por Edward L. Doheny, uno de protagonistas de la historia industrial del petróleo en México del siglo XX.

[7] El mejor trabajo sobre las actividades de Doheny en México es el de Ansell (1998). Para aspectos importantes complementarios véase Brown (1998), Doheny (1922) y La Botz (1991).

[8] Ansell, (1998), pp. 55-56; White (1911), p. 15.

[9] La vida y actividades de Pearson en México han despertado un enorme interés que se refleja en una abundante producción biográfica e historiográfica: Spender (1930), Young (1966), Meyer (1991), Connolly (1997), Brown (1998) y Garner (1995).

[10] Spender (1930), pp. 149-152.

[11] Mexican Petroleum Company, Annual Report, 1914-1915; Pan American Petroleum (1922), pp. 29-31, 50; Brown, (1998),p. 56, Ansell (1998), p. 108-110, White (1911), Ordóñez (1932), p. 72; AHP, FE, 935:24596, 2137:56157 y 2138:56185, diversos informes sobre los estados financieros de la Mexican Petroleum Company of California, 1907- 1915.

[12] AHP, FE, 1706:48120, Informe sobre los trabajos de la S. Pearson & Son, Ltd. en el estado de Veracruz durante el año fiscal que terminó el 30 de junio de 1908; Brown (1998), p. 66.

[13] Pan American Petroleum (1922), pp. 123-125, 267-270; Brown (1998), p.146.

[14] AHP, FE, 1915:52148, Aportación de S. Pearson & Son Limited a la Compañía “El Águila”, 26 de junio de 1912; 2135:56101, “The Mexican Eagle Oil Co., Ltd.” s/f.

[15] Brown (1997), p. 320; Los mejores estudios sobre las relaciones entre el gobierno mexicano y las compañías petroleras extranjeras son los de Meyer (1972) y (1991).

[16] Brown (1998), pp. 163-164.

[17] AHP, FE, 2207:57964, varias crónicas periodísticas.

[18] Brown (1998), p. 168.

[19] Brown (1985), pp. 370-373; Meyer (1977), p. 21.

[20] Vuurde, (1997), p. 25-27.

[21] Rippy (1954), p. 91; Vuurde (1997), p. 71.

[22] Vuurde (1997), p. 71.

[23] Boletín del Petróleo, XXIII (4), 1927, p. 287.

[24] Meyer (1977), pp. 24-29.

[25] Celis (1988), p. 211.

[26] Celis (1988), pp. 323-324.

[27] Lavín (1979), pp. 251-252.

[28] Meyer y Morales (1990), p. 82-89; Powell (1950), pp. 35-39.

[29] Powell (1956),p. 42-43.

[30] “Realizaciones en Petróleos Mexicanos” (1952), p. VI.

[31] Meyer y Morales (1990), p. 116.

[32] Meyer y Morales (1990), pp.120-123; Ruiz Naufal (1988), pp. 266-269.

[33] Morales et al. (1988), p. 24.

[34] Ruiz Naufal (1988), p. 290.

[35] Morales et al. (1988), pp. 148-155.

[36] pemex, Memoria de Labores, 1974.

[37] Meyer y Morales (1990), p.183.

[38] pemex, Memoria de Labores, 1977.

[39] pemex,Agenda Estadística,1988; pemex, Memoria de Labores, 1981.

[40] Gálvez (1988),p. 118; Meyer y Morales (1990), p. 200.

[41] pemex, Memoria de Labores, 1982.

[42] Morales et al. (1988), pp. 153-155; pemex, Agenda Estadística,1988.

[43] Meyer y Morales (1990), p. 223.

[44] pemex, Memoria de Labores, 1990-1991.

[45] pemex, Memoria de Labores, 1989.

[46] Shields (2003), p. 35-36; pemex, Anuario Estadístico, 2005..

[47] pemex, Memoria de Labores, 1993, 1996; pemex, Anuario Estadístico, 2005.

[48] pemex, Anuario Estadístico, 2005.

[49] pemex, Anuario Estadístico, 2005.